No fueron pocas las voces líricas que definieron poéticamente, pero con justeza la figura y la vida de Ignacio Agramonte y Loynaz, revolucionario cubano, quien trascendió el tiempo para ser uno de los ejemplos a seguir por las generaciones que le han sucedido.

“… Semidiós formado en el combate”. “No armó su mano la ambición bastarda, ni el odio miserable al adversario, sino el amor sublime por la Patria”. “Joven y audaz, intrépido y valiente (…) besaba, en medio de la lid, su acero, como besa una imagen el creyente”. “Pareciera que por donde los hombres tienen corazón él tuviera estrellas”.

Su pensamiento signa con total vigencia, en tanto es uno de esos símbolos  de  las ideas  más puras de quienes decidieron, desde 1868,

Su  pasión  juvenil encerraba, como dijera el Apóstol, un diamante con alma de beso, pero creció en medio del fragor de un tiempo que   necesitaba de su pasión y su arrojo, pero no le faltaron  los retos ni las contradicciones envueltas en el fuego  y la belleza de un pensamiento revolucionario.

Agramonte se eleva con su ejemplo en la firmeza que precisa hoy la Revolución en medio de uno de los escenarios  más difíciles que ha tenido que enfrentar, así lo guarda con orgullo nuestra historia,  cuando respondió a un grupo de pobres almas carentes de firmeza que le preguntaron con qué pensaba continuar la guerra sin armas y municiones.

A ellos, Agramonte replicó serenamente, “¡Con la vergüenza!”, frase e idea que fue anticipo precursor de la histórica Protesta de Baraguá.

A 148 años de su caída en Jimaguayú, el eco de aquellas palabras pronunciadas por él  “Que nuestro grito sea para siempre el de Independencia o Muerte”, recorre la patria de oriente hasta occidente,  y  el símbolo  en el que se convirtió El Mayor continua cabalgando  sobre una palma escrita, peleando contra quienes     apuestan  infructuosamente por privarnos del derecho de tener el futuro que soñamos. (BSH)

Olga Lidia Gómez Ramos

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