Encontré a la pediatra Juana Milagros González García, muy temprano, en una calle de Jaruco. No debes sentir pena, me advirtió la música del viento que rozó la plata de su cabello y el galope de su corazón.
Hubiese querido tener al menos una flor para entregársela, pero tuve que conformarme con saludarla y desearle un día feliz.
Caminaba rumbo al ómnibus que la traslada, a diario, hacia la Universidad Agraria de La Habana Fructuoso Rodríguez donde asiste a los niños, niñas y adolescentes ingresados allí por padecer el coronavirus.
A esa hora de la mañana y de haber podido estar en otro punto de la Ciudad Condal, seguramente, hubiese tropezado con su colega y amigo de tantas batallas, el Dr Roberto Valdés García, quien también amanece antes que el sol para llegar sin retraso a la consulta que él, la Dra Juana y otros pediatras comparten en ese centro de aislamiento, de Mayabeque.
Ambos se contagiaron con la enfermedad no una, sino dos veces, pero le advirtieron al coronavirus, que con ellos no cuente para alzar la bandera blanca.
Hay algo indescriptible que les renueva las piernas, la cabeza y el corazón a estos dos seres que forjan con las lágrimas propias y las ajenas, la salvación de la infancia.
Cientos de pediatras de Mayabeque, como Roberto y Juana Milagro bordaron la esperanza que ha derrotado a la COVID-19 en medio de la más intensa sequía de recursos materiales y el más cruel vendaval epidemiológico.
A ese ejército también lo prestigian Lirianne Bello, quien ha peleado a brazo partido contra el virus y casi siempre en Zona Roja y María Chan Hum, más conocida como la Dra. Mimi, que se quedó en la retaguardia de los consultorios médicos como guardiana de los recién nacidos y tranquilidad de las madres, las abuelas y las familias de Jaruco.
Mientras dejamos atrás un pasaje tan oscuro como inolvidable en la historia del mundo, el Día del pediatra trae un arcoiris repleto de nombres y de historias: los arrebatados por la pandemia y los invictos que insisten, pese a todo, en apuntalar los policlínicos, consultorios y hospitales para que sigan vivos los servicios de neonatología, cardiopediatría y muchos otros indispensables en la protección de la infancia.
Gracias a la comunidad pediátrica, que nunca duerme para cuidar los sueños, se escribirán nuevos episodios igual de heroicos y de hermosos en la sanidad de Cuba.
Allí prometen estar al pie del cañón los recién graduados y los médicos de la vieja guardia como Juana Milagro González y Roberto Valdés.