Yo no diría que la risa de Lydia Margarita Tablada Romero era de papel, aunque asomara en una fotografía aquel primero de octubre de 2019. La sentí, más bien viva y feliz, sensación que entendí mejor cuando escuché los testimonios de quienes la conocieron, trabajaron con ella, la admiraron y la amaron.
La mañana era radiante: imagino que también acordó ese detalle con la naturaleza antes de irse, como también dispuso que parte de sus cenizas se esparcieran en un jardín de su más entrañable lugar, el Centro Nacional de Sanidad Agropecuaria (CENSA).
Tal y como ella lo deseó, estaba de regreso, no para despedirse, sino para recordar que continuaría siendo la primera en llegar y la última en irse, la primera en ayudar y la última en rendirse; que no temieran al misterio de una música que en lo adelante endulzaría el aire en los pasillos y oficinas, pues serían simplemente sus tacones en un nuevo andar.
Aquel susurro insondable se detuvo en mis oídos cuando vi sus cenizas arropando el jardín que tantas veces le recibió y le dijo hasta mañana, en su CENSA queridísimo.
No hubo gritos, ni llanto, pero sí muchos recuerdos y un enorme orgullo por haberla tenido. Entonces, el sol calentó más la tierra, como para iluminar su semilla y aliviar el dolor, y por un instante el reflejo de la esperanza surco los ojos aguados de la gente, que sin ponerse de acuerdo le decían: Bienvenida Lydia.
El Doctor en Ciencias Luis. A Clergé Fabra, su esposo por casi medio siglo estaba allí, y supongo que, porque de alguna manera él tenía la certeza de que Lydia le escuchaba, nos regaló estas palabras a la periodista Ada Durán y a mí:
¿Qué puedo decirles después de casi medio siglo juntos? “Estuvimos casados 48 años, 48 años juntos, aunque nos conocíamos desde antes”.
“Entonces, no puedo decir que era mi esposa, era mi familia. Uno nunca está preparado para la muerte, ella sí. Dispuso todo esto, incluso antes de la operación y de todo”.
“De ella siempre admiré su tenacidad, su sentido de la honestidad, de la modestia hasta términos incomprensibles, a veces, (…) una condecoración había que dársela y no decírselo, porque decía que no”.
Prefería pasar inadvertida, antes que sobresalir.
Su humanidad, increíble: ella se desvivía por los trabajadores, de aquí del CENSA, sobre todo. Recuerdo que a una compañera se le detectó cáncer de mama estando embarazada, y no le daban esperanzas. Pero Lydia creía en que no había enfermedades sino enfermos, entonces intervino y a esa mujer le dieron cinco años de vida y pudo ver crecer a su niñita. Esa era Lydia.
Yo, a veces, me ponía bravo con ella, le decía: oye tú eres para afuera, y yo necesito un turno también.
Entonces, esas son sus virtudes. Su único defecto, la terquedad. Ella sabía, era médico; su padre murió exactamente de lo mismo. Por cosas de la vida, el hijo del mismo médico que operó a su padre, la operó a ella.
Pero ella no decía nada, porque, por supuesto, no quería que la trataran como una enferma. Miren, ella dispuso todo, lo de su testamento, esto mismo de las cenizas que las dividieran en tres partes, ella lo dispuso todo, incluso mucho antes que le diagnosticaran la enfermedad. Quiere decir que su entereza me impresiona.
A mí me ha dejado un vacío muy grande, sobre todo por mi edad, tengo 83 años ya, y después de toda una vida juntos (….) nuestros hijos, nuestros nietos.
Estando así enferma se levantaba a las cinco de la mañana y se iba para el Hospital Calixto García donde entregó su talento a los trabajos de posgrado y a las investigaciones. Hizo un trabajo enorme, y ayer el director del Calixto le hizo por ello un elogio fabuloso, y…ni yo mismo no sabía que había hecho tanto allí.
¿Qué más les puedo decir?
Lydia Tablada falleció el viernes 27 de septiembre de 2019, su cuerpo fue cremado y atendiendo a su voluntad, parte de sus cenizas se esparcieron en el CENSA. (LHS)