El 10 de octubre del año mil 868, Carlos Manuel de Céspedes, protagonizó un hecho que hasta hoy permite hablar de una nacionalidad con mayúscula.
Siglos de cadenas, látigos y afrenta por parte del colonialismo español que le habían precedido y la coyuntura en que se produjo, dieron lugar a que el hecho fuera conceptuado por muchos como el más luminoso, sublime y el más importante de la historia de Cuba.
En traje de campaña y revolver a la cintura, Céspedes ordenó ese día el toque de la campana de bronce y reunió a todos, incluyendo a los esclavos del ingenio y emocionado señaló hacia el levante que iluminaba las laderas del Pico Turquino y manifestó que aquellos rayos anunciaban el primer día de la libertad.
El rico e ilustre abogado bayamés, nacido en cuna de oro, no tuvo ninguna duda y enarboló sus ideas de libertad, confiado del porvenir esperanzador de la Patria.
Gracias a su decisión se aceleró el levantamiento armado en Camagüey y la llama se extendió por todo el oriente, vinculando por demás los intereses cubanos con la abolición de la esclavitud.
El ensayista Armando Hart, en la clausura de la jornada por el centenario de su caída en combate expresaría “Hay hombres excepcionales que sintetizan en una coyuntura dramática a un pueblo entero y a todo útil proceso histórico. Céspedes es uno de esos pocos hombres”.
Su muerte, ocurrida el 27 de febrero de 1874, tras desigual combate con una partida enemiga, sorprendió a quien lo sacrificó todo por la independencia.
Como diría José Martí, el apóstol de la independencia cubana “La historia con sus pasiones y justicias ha encontrado en el arranque y el ímpetu de Céspedes…asunto para la epopeya”.