Solo pocos días de nacido tenía el cuarto hijo del Generalísimo Máximo Gómez Báez, cuando el Lugarteniente General Antonio Maceo Grajales lo conoció por primera vez, solo ese instante bastó para que ese pequeño niño bautizado con el nombre de Francisco (Panchito) Gómez Toro se convirtiera en un discípulo ferviente del Titán de Bronce, a los que ni la muerte pudo separar jamás.
Fue el día 7 de diciembre, la fecha donde una historia de compromiso y valentía quedaría estampada para siempre en la Historia de Cuba, pues la muerte de tan insignes figuras dejaría un vacio enorme en la contienda insurrecta.
Las 3:00 de la tarde marcaba el reloj cuando sonaron los primeros tiros en San Pedro, cerca de Punta Brava, Maceo con la fiereza que lo caracterizaba no se dejó amedrentar ante el ataque inminente de las tropas españolas y en el fervor de la batalla montó su caballo y cargó contra el ejército peninsular con un grupo de mambises.
El infortunio de una cerca de alambre hizo que varios de sus acompañantes se desmontaran para cortarla y hacerse paso hasta el enemigo.
Pero una bala penetró por el maxilar derecho fracturándose en tres pedazos, y le seccionó la carótida. Ante el desconcierto la retirada se hizo inminente, no fue así para Panchito Gómez Toro, quien no dejaría en manos del enemigo el cuerpo sin vida de Antonio, y decidió a como fuera lugar llevárselo de allí, pero el destino con sus hilos, tejió, que ese día el Titán de Bronce no estuviera solo, debería estar acompañado de hombres fieles no solo a él, también a los ideales de la Revolución.
Ya abandonados, y a merced de los españoles, los cuerpos sin vidas, seguirían protagonizando uno de los rescates más impresionantes de la historia patria, conocido como la carga de los 19, con la figura del Teniente Coronel Juan Delgado, quien dejó una de las frases más enérgicas: “El que sea cubano y tenga valor, que me siga”.
Después del rescate de los cuerpos, fueron trasladados hasta el Cacahual, lugar donde sus restos descansaron hasta 1899. Antonio Maceo tenía 51 años cuando murió y 27 heridas en el cuerpo, Panchito, solo 20, pero dejó más fuerte que nunca la frase: “Morir por la patria es vivir”. (BSH)