El médico Guillermo Hernández Guillama Foto: Facebook

¿Cocinero o sacerdote? Se preguntaba en su infancia.

En cualquiera de esos caminos hubiese repartido panes y peces, exterminado el hambre, enriquecido el espíritu y servido a los demás.

Pero, como una ráfaga de luz, entró a su casa la historia del Doctor Herrera, un hombre que alejaba la enfermedad y el miedo en su pueblo de Jaruco, donde se hizo célebre su especial debilidad por los más pobres, por sanarlos y confortarlos.

Se lo contó a su papalote y por eso se enteraron las nubes, las estrellas, el universo….y todo se alineó para cumplirle el deseo de dedicarse a la bondad.

Entonces, el mundo de la Medicina le abrió los brazos al joven Guillermo Hernández Guillama, quien se entregó a la carrera, absolutamente fascinado.

La escuela de Medicina Victoria de Girón, en La Habana, fue el primer capítulo en una saga que lo llevó a descubrir la esencia maravillosa de la mujer, que reapareció ante sus ojos, como fuente de permanencia y continuidad de la vida.

Y fue quitando a la Ginecología y la Obstetricia el ropaje que ocultaba sus misterios y su belleza para convertirla en la amiga que lo ha hecho grande y bueno en las ciencias médicas de Mayabeque y de Cuba.

Sin embargo, la misión de ayudar a los seres humanos a entrar en el mundo, entrañaba un compromiso superior para el médico William, como también le llaman sus colegas, amigos y pacientes.

De ahí que, inspirado en la idea martiana de prevenir para salvar, se instruyó en la amniocentesis, una prueba prenatal que descarta los defectos cromosómicos o genéticos.

Fue él quien estrenó este procedimiento en Mayabeque, cuando abrió sus puertas en el año 2010 el Centro Provincial de Genética y Reproducción Asistida donde, hasta hoy, su palabra es brújula y su saber, escudo y sombrilla.

El médico Guillermo Hernández Guillama detesta los aplausos, que lo adulen o llenen su nombre de signos de admiración.

Con 60 años de edad, que acaba de cumplir este 22 de junio, él descubre con cierta dicha que pasar inadvertido es imposible, y no es por la celebridad de su nombre, su elegancia o sus casi dos metros de altura, no, es porque cuando menos lo espera, aparece ante él una madre que dice al niño que lleva de la mano o al joven que le acompaña: “Mira, ese médico te ayudó a venir al mundo…..” Y esa, asegura, “es la mejor recompensa.”(IVP)

Marlene Caboverde

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