La violencia de género tiene en nuestra sociedad una importante incidencia, aun en sus manifestaciones más severas como lo es el asesinato.
La proverbial quietud de sencillos municipios en los que vivimos se quiebra por algún que otro hecho de sangre contra una fémina: jóvenes, madres y trabajadoras.
Estos hechos son más recurrentes si se tiene en cuenta poblaciones con más de 30 mil habitantes, en algunos casos menor y con una cultura que ha ido llegando la revolución del respeto y equidad de las féminas en la sociedad.
Deploraría hablar del hecho como tal por el carácter morboso que alguien podría darle, pero el doloroso impacto del mismo y las severas consecuencias que trae aparejado, unido a lo inexplicable del caso, me impelen a ello.
El tema del abuso contra las féminas no puede seguir tratándose de manera fría, frecuentemente solo en los pequeños espacios en los que estas interactúan.
La realidad precisa de acciones más enérgicas, necesita ser contradictoriamente tratado con toda su crudeza, pero con toda sensibilidad, que las mujeres sintamos que el problema no lo sufren otras de lugares allende a los mares, con sociedades distintas o que están amenazadas aquellas de más bajo nivel cultural o de hogares que etiquetamos como disfuncionales.
Se precisa trabajar el tema con cifras cercanas, con ejemplos reales, con llamadas a la reflexión de cómo realmente se desata el fenómeno en lo más íntimo de la familia, aun de aquellas que socialmente parezcan armónicas, pero en las que la procesión va por dentro.
Tolerancia cero debe de ser nuestra convicción. Los maltratadores, los violentos, lo que irrespetan de forma agresiva y hasta manipuladora nuestros sentimientos. A esos que reiteradamente son perdonados, una primera vez y hasta una segunda, con el errado criterio de que va cambiar, en muchos casos son potenciales asesinos.
Puede que ha golpe de vista no tengamos la misma situación de otros países de la región, pero también nos pasa, aunque todavía nos falten datos para confirmar la magnitud del problema.
A los medios, por ejemplo nos toca desempeñar un papel más serio y activo en desmontar mitos y falsas creencias que apuntalan al machismo y la estimación de las mujeres, como un objeto de propiedad, todavía vigente, más de lo que quisiéramos en el imaginario social.
Hacen falta normas jurídicas más precisas y abarcadoras en el orden de la prevención y la sanción, un movimiento que de verdad genere conciencia ciudadana y ayude a construir relaciones más equitativas y una vida sin violencia machista mucho más segura y feliz. (BSH)