El coronavirus lo trastocó todo, hasta el día de la pañoleta, que no pudo ser la gran fiesta de siempre, pero igual la jornada estuvo pletórica de alegrías y compromisos, este 29 de septiembre.

Las incertidumbres que ha generado la enfermedad desaparecieron, como por arte de magia, en este día de la pañoleta y así lo percibí en la escuela primaria José Antonio Saco donde estudia mi hijo y en las cientos de imágenes que colorean las redes sociales.

Y es que nada puede oponerse a ese momento de indescriptibles emociones para la infancia y la familia de la Isla.

Cada uno de nosotros ha guardado, al menos, las reminescias de aquellos instantes que solemos evocar cada vez que las escuelas se llenan de niños ansiosos por recibir su pañoleta azul o roja, cuando le corresponda y según el grado de escolaridad.

Yo recuerdo fragmentos de mi iniciación como pionera. Fue una mañana linda y luminosa, y en mi escuela los almendros mecían sus hojas que empezaban a marchitar siempre en esos días de octubre.

Alguna hoja era arrastrada por el viento y una llegó hasta mis pies, pienso ahora, como la señal del principio y final de un viaje.

Fue mi maestra Luisa, quien ató la pañoleta a mi cuello y todavía siento aquel olor distinto y rico, que me hizo realmente dichosa.

Recuerdo, que después mi mamá planchaba con el máximo cuidado la tela fina y delicada de mi primera pañoleta azul.

Aquel respeto tan puro por el atributo ha palidecido en los últimos tiempos. Así que vemos como de la fascinación vivida al recibirla se pasa, poco a poco, a la apatía.

Algunos pioneros restan valor al atributo y a veces, se les ve sin su pañoleta al regresar de la escuela porque la llevan en la mochila, en el bolsillo, en la mano, o simplemente la perdieron.

Pienso, que les falta aprender y aprehender a amarla. Lejos de verla como propiedad de una organización, deben sentirla, como una prenda personal, íntima y valiosa, que habla de quien eres, de dónde eres, qué haces.

Pero, para otorgarle esa significación necesitan lecciones tan constantes y profundas como los propios amaneceres.

Y es responsabilidad de todos, en especial de la escuela y la familia cuyo reto descomunal consiste en desafiar modas y modos, afianzar el respeto, profundizar en el conocimiento de todo lo que nos rodea, de la historia y de nosotros mismos porque, definitivamente, la pañoleta también forma parte de nuestra vida.

Entonces, sacar a flote y alimentar la pasión por lo nuestro es fundamental en la tarea de enseñar a querer y cuidar la pañoleta, pero por sobre todas las cosas, a respetarla.

Ella representa la cubanía, el pasado que nos hizo, y el presente que defendemos. La pañoleta es como esa vela que nos empuja, contra viento y marea, a un futuro mejor. (LHS)

Marlene Caboverde

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