El Hombre constructor de historias, las cuenta en cualquier lugar donde esté. Así escuchamos en una cola del mercado, en la peluquería, en la consulta médica, anécdotas de esto y de lo otro, y todos con el oído atento para añadir, yuxtaponer, sumarnos a la conjura de narrar.
Y en este expresar criterios los periodistas encontramos materia prima suficiente para volver sobre temas que suponíamos sabidos, pero la dialéctica de la vida nos invita a la reformulación, a convidar a reflexionar.
La generosidad del cubano es muy natural, constituye uno de los valores que fomentamos desde el hogar.
La mayoría de las familias cubanas es espléndida, las del campo y también las de las ciudades, donde la gente vive más de prisa, pero conserva el paladar para el buchito de café del vecino, y no olvida devolver los platos con alguna golosina casera.
En cualquier ciudad, y dicen que Santiago de Cuba es la más hospitalaria, pero en cualquier rincón de la Isla ya sea en Bayamo o en Santa Clara, o en el corazón de Las Tunas, en San Juan y Martínez, o en un batey de Güines o de Melena del Sur, quien llega a buena hora a un hogar cubano es sumado de prisa al plato fuerte, o al menos al arroz con frijoles, el pan con timba, El plato que esté servido será compartido por igual entre todos.
Por lo menos eso es lo que yo recuerdo siempre de mi madre: cuando llegaba alguien a la casa no podía irse sin probar algo de lo estaba caliente en las ollas.
Esa es Cuba, más allá de la imagen de ron bravo, café y playa azul.
Aunque el bolsillo esté estrecho y la despensa se resienta, este país sigue siendo morada de todos.
Eso lo he comprobado también en mi barrio de Molino, esa antigua calle, que hoy como ayer, cobija a gente de bien, sencilla, presta a servir.
Ninguna crisis mengua el espíritu de familia de esa cuadra, que se siente honrada cuando tiene visita, y sin falso pudor comparte su pudín de pan, o desempolva su mejor toalla, arma nidos de amor con sábanas cubiertas de remiendos.
En nuestros humildes barrios güineros damos fe de lo sabroso que es compartir sin melindres, y verle el rostro a la más auténtica solidaridad, cuando hay fiesta o alguien está enfermo.
Por eso creemos en el mejoramiento humano, donde otros creen en cifras o en marcas.
Es tan fácil todo lo dicho que se puede probar a cualquier hora y en cualquier punto de este caimán supergeneroso.
Basta llegar a una casa amiga y decir como leí hace mucho esta fina y sabia frase: “Me puede dar un vaso de agua que tengo un hambre que no sé dónde voy a dormir esta noche”. (adm)